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Por: Marco Velázquez Cristo.
Los gobiernos norteamericanos han mantenido una enconada competencia por ver quien logra elaborar la mentira más increíble sobre la Revolución cubana a fin de dañarla y destruirla. Trump adicto al ridículo y fiel a la mafia miamense ha reclamado su turno en esta vergonzosa competición; irrespetado y manipulado por sus correligionarios, falto del menor conocimiento de nuestra historia y pueblo, decide participar, apoyar y autorizar la puesta en escena del montaje de los “ataques acústicos”.
EE.UU utilizando la influencia y el alcance mediático de medios como The New York Times, The Washington Post, CBS NEWS, la AP, The Wall Street Journal, y muchos otros, obedientes y sumisos a sus designios puede construir ficticios hechos, instaurar matrices de opinión que refuercen o sostengan como algo cierto la posibilidad de su ocurrencia, mantener el tema en la agenda mediática, incluso cambiar a conveniencia y utilizando las más fantasiosas hipótesis las causales de los mismos, pero lo que no puede es borrar la historia y la obra de la Revolución.
La influencia y alcance de todos sus medios se torna insignificante ante la autoridad moral avalada por la limpia trayectoria de nuestro proyecto social, algo que conocen millones de personas en el mundo a los que no pueden engañar.
Es tan grande la ética de la Revolución y su apego a la verdad que investigó concienzudamente y con prioridad “hechos” que tenían todos los visos de ser fabricados, calló durante meses a pesar de la infame campaña mediática desplegada para acusarla de tolerarlos o de ser la autora de estos, pacientemente con confianza en la capacidad y el honor de los hombres y mujeres responsabilizados con la investigación, de valores formados por ella, esperó el resultado de las pesquisas, solo cuando los tuvo, con todos los argumentos, con mesura pero con firmeza, Cuba habló: “Es una mentira deliberada”, dijo.
¿Qué hizo Norteamérica?
Primero silencio, luego repetir el mismo entramado de mentiras y agregar algunas más, acostumbrada a faltar a la verdad, ni se ruborizó, igual hicieron sus medios, fieles al amo y con similares costumbres que este.
¿Por qué EE.UU. no refutó lo dicho por Cuba?
No puede, sabe que la Revolución cubana no lanza acusaciones al vuelo y que cuando afirma algo es porque tiene pruebas de lo que dice, nuestros expertos técnicamente desmontaron la farsa, por eso el imperio emigró hacia nuevas variantes, pero mentiras al fin, por elaboradas que sean tienen vulnerabilidades que permiten derrumbarlas sin que el mentiroso pueda hacer algo para impedirlo.
Las declaraciones de Jeff Flake en las que afirma que no existen evidencias de los ya famosos “ataques”, y crea expectativas sobre lo que pueden haber dicho los oficiales del FBI durante sus intercambios con las autoridades cubanas sobre la no existencia de esos “hechos”, son un ejemplo de cómo les resulta imposible controlar a todos a los directores de esta maniobra, que deben andar cuestionándose si en el equipo del FBI se les coló alguien con una ética parecida a la del senador, algo que sería un duro golpe para ellos.
Por eso USA que no ignora que algunos de sus actores pueden haber representado mal su papel debe estarse preguntando:
- ¿Se percataron los cubanos de esos deslices?
- ¿Qué pruebas pueden tener de esas pifias?
- ¿Qué piensan hacer con ellas?
- ¿Cuándo las utilizarán?
Los americanos saben que esta es una película en la que a pesar de que fueron ellos los que concibieron el guion, seleccionaron el elenco, la produjeron y dirigieron, no pueden repetir escenas que les hayan salido mal o decir corten para detener su grabación, tampoco hacer uso de la edición para eliminarlas, ni forzar un final que satisfaga sus deseos, porque se han visto obligados a filmarla fuera de los estudios de Hollywood en escenarios reales, donde sus figurantes han tenido que desarrollar su actuación intercambiando con personas no comprendidas en el casting, por demás muy conocedoras de sus mañas y artimañas que no les permitirán cambiar la realidad.
Tal vez vaya siendo hora de que se le haga una enmienda a la Primera Enmienda de la Constitución de EE.UU. donde se prohíba al gobierno norteamericano y a su prensa decir embustes.