El hombre común debe leer sobre economía

Tomado del Facebook de Carlos Luque.

Cuando en junio del año pasado (2019) el gobierno cubano anunciaba un incremento de salarios en la esfera económica presupuestada, de inmediato algunos economistas comenzaron a advertir que esa medida generaría inevitablemente inflación, inflación reprimida, etc. Recuerdo en particular a un manojo bien identificado de economistas que, bajo el pretexto de participar desde fuera – (desde fuera del país, y desde fuera de las instituciones del país) – en el análisis de la economía cubana, ocupan una gran parte de su tiempo y mucho espacio de sus publicaciones digitales en aconsejar amablemente a Cuba qué debe hacer. Y que a la vez no sólo posan de críticos objetivos atenidos a su especialidad y conocimientos, sino que le tienen una inocultable aversión al sistema político cubano y no paran mientes en ver sólo y constantemente lunares en las decisiones gubernamentales.

Aunar esas dos propiedades, por una parte sus advertencias sobre la inflación «inevitable» y por la otra sus antipatías políticas, es más que suficiente para aplicar el consejo cartesiano: dudad, cotejad y piensa por la propia cabeza (ayudado por supuesto por las cabezas que también dudan, examinan, e investigan desde su condición de profesionales que han dedicado la vida a un saber.) Tengamos en mente esa advertencia sobre la gran inflación que desataría, inevitablemente (y aquí esa es palabra clave), el aumento salarial.

(II)

De paso, no será este ignaro comentarista quien lo diga, sino nada más y nada menos que el es considerado como un gran economista, John Kenneth Galbraith, quien titulara uno de sus libros: La economía del fraude inocente. Por supuesto que siendo el autor un economista sería raro que se develara a sí mismo un profesional fraudulento…Entonces, por simple lógica debía referirse a ciertas economía, y a ciertos economistas… En efecto, John Kenneth Galbraith se refería como fraude a aquellas tesis y aquellas acciones que rendía «un servicio sigiloso a ciertos intereses particulares». Y como inocente entendía que «la mayoría de los que lo perpetran no se sienten culpables».

Como lector curioso de temas y teorías económicas, algo aconsejable en un país que, además de sometido a una onerosa guerra que ha durado toda la vida de mi generación, esa que nació con la revolución, ha tenido también que soportar una ofensiva ideológica tenaz contra el sistema político que se han dado mayoritariamente a sí mismos con todo derecho, este comentarista, invitado desde su infancia no a creer, sino a leer, ha tratado de comprender si la economía es una ciencia o no. No por fe ciega en la ciencia, sino por respeto a las leyes, que, aunque se te ocurra no respetarla, de todas maneras la manzana va a caerte sobre la célebre cabeza.

Pues ocurre que no sólo a un economista respetado en su grey se le ocurre que hay una gran zona del supuesto saber económico que es un fraude, sino que, además no son pocos los que admiten que no tienen en sus manos un instrumento científico tal, del cual puedan derivan una ley, que como toda ley, en condiciones similares de inicio, siempre va a provocar las mismas consecuencias comprobables. Sin embargo, la tenaz agresión genocida que no es sólo contra Cuba, sino contra el ideal de vivir alguna vez de un modo diferente al capitalismo, se ha sostenido, en la esfera de la ideología, en la báscula de supuestas leyes económicas ante las cuales no hay más gesto de rebelión que quitarse el sombrero y hacer una genuflexión al…capitalismo.

Así ocurre con la sacrosanta ley de la oferta y la demanda. Esa no será el tema central de la meditación que le voy mostrando a mis posibles lectores,pero no puedo evitar deslizar una observación. Desde el campo mismo de lo que tiene de saber la economía, sostener que esa relación siempre se cumple, (obsérvese bien la palabra siempre, lo que es propio de cualquier ley, es un mito, uno de esos fraudes, incluso reconocido, repito, desde el terreno mismo del «saber» económico.

(III)

Como no es el tema de estas líneas, sólo apunto los argumentos de otros especialistas: cuando se afirma esa relación como ley, se está partiendo de condiciones de inicio en que un conjunto de más complicadas variables permanecen inmutables, abstrayéndolas de su influjo y relación en el complicado terreno de las relaciones económicas. Eso me parece razón más que suficiente, no para negar que hay una determinada relación entre esos dos elementos, sino para poner en el tapete de la duda que se asuma como una verdad «natural», de lo cual se derivan graciosas inferencias ideológicas, como aquellas que nos presentan el Mercado y sus «leyes», (el mercado, no como el espacio de las relaciones de intercambio, sino como elemento estructural de un sistema de vida económica y las relaciones que se le imponen al hombre), como inevitables. Ello incluso ha sembrado el apotegma – en quienes repiten de oído – de que el Mercado ( y aquí la mayúscula es intencional) ha existido siempre, cuando no es así, como demuestran enjundiosas investigaciones antropológicas que he mencionado en algún comentario.

(IV)

La cuestión central es que conviene y mucho leer e informarse con aquellos economistas honrados que no cometen el fraude desde la supuesta inocencia de pensar y proponer para rendir «un servicio sigiloso a ciertos intereses particulares».

Esos intereses no siempre son fraudulentos porque de ello reciban un bien material inmediato, sino que a veces simplemente responden a un conjunto de creencias personales y tratan de imponerlas a un país, por ejemplo, ahora a Cuba, y son fraudulentas porque se basan en un supuesto saber incontrovertible.

Y ahora Cuba es bombardeada por una artillería «respetuosa» de un grupo muy específico de economistas que martillean una y otra vez sobre la conveniencia de aplicar sus recetas salvadoras. Como un artículo de este comentarista publicado en un medio cubano, sirvió de sayo a quienes no cabían en el vestido, repito que aquel, y esta observación, va dirigida a un grupo muy específico que no hace falta mencionar, porque el sayo siempre ajusta a quien le sirve.

La última de que tengo noticias es de un connotado economista, no connotado porque le secunde una respetada obra entre sus congéneres, sino porque dedica gran parte de su tiempo y medios a aconsejar a Cuba desde…fuera de Cuba, que propone que se deben cambiar en el país las reglas del juego. Cuáles deben ser las aplicadas? Las del Mercado. Y por supuesto, la célebre ley de la oferta y la demanda.

Fidel se burlaba de la expresión «reglas del juego» advirtiendo que, la realidad de un país como Cuba no se dirimía en un tablero.

Y ninguna expresión es inocente, ya la palabra juego indica muchas cosas del subconsciente. Pues ese mismo economista era uno de los que levantó el grito en el cielo apenas ocurrió la elevación de los salarios a que me refería al inicio, advirtiendo de la debacle de la inflación, aunque también participaron otras voces.

(V)

Sin embargo, ¿siempre ocurre así? ¿No es obligación de honestidad intelectual y profesional «saber» que esa no es una «ley», sino que la empiria y las «evidencias», (palabra a que recurre, por cierto, el economista de marras con mucha frecuencia), demuestra que no hay tal ley? Como no soy especialista en la materia, sino sólo responsable lector que se quiere informar de los desafíos de su país, gloso y remito al lector a este trabajo: Otro mito liberal que los hechos desmienten.

El autor, Juan Torres López, (*) comienza su artículo afirmando que «Una de las creencias más firmes de los economistas liberales es que la inflación es el resultado de un crecimiento de la cantidad de dinero en circulación y, sobre todo, que la creación de dinero siempre genera subida de precios.» Y continúa: «Se puede decir que esta última afirmación es una creencia porque los datos, la evidencia empírica e incluso el sentido común, como indicaré más adelante, muestran sin lugar a dudas que no es eso lo que ocurre en la realidad.»

Me perdona el posible lector esta nota que haga otra cita, para los que no puedan acceder al sitio del autor:

«El economista Richard Vague, ejecutivo bancario, inversor e investigador académico, ha estudiado lo ocurrido desde 1960 en 47 países cuyo PIB representa el 91% del mundial y sus datos no dejan lugar a dudas (pueden verse con detalle en su texto original: Rapid Money Supply Growth Does Not Cause Inflation).

Vague ha definido diferentes escenarios posibles de expansión monetaria (tomando distintas tasas de crecimiento de la oferta monetaria y periodos de tiempo) y los ha relacionado con lo ocurrido en los índices de precios de todas esas economías en el largo periodo estudiado. Sus conclusiones no dejan lugar a dudas.

En la inmensa mayoría de los casos, después de periodos de gran crecimiento de la oferta monetaria no se han producido episodios o fases de alta inflación y, por otro lado, cuando se han producido fases de alta inflación resulta que en la gran mayoría de las ocasiones no han estado precedidas de incremento de la oferta monetaria. Y eso ha ocurrido tanto en países grandes, medianos o pequeños. 

No es cierta, por tanto, la creencia de los economistas liberales: no es verdad que el aumento de la oferta de dinero (y mucho menos imprimir dinero, como dice Rallo) genere inflación.»

(VI)

Juan Torres López es también autor de un libro que debiéramos leer todos: «Economía para no dejarse engañar por los economistas». El hombre común, pero también el no tan descaminado, necesita pertrecharse de conocimientos antes de poner su voluntad y energía en la propaganda irresponsable, e influir en el destino del país, repitiendo sin analizar. Debe advertirse que incluso entre nosotros existen quienes apoyan y confían no sólo en el economista aquí aludido, sino que creen a pie juntillas en sus recetas y contribuyen a difundirla y construir una supuesta matriz de opinión que nos llevaría a un engañoso consenso en la aplicación de recetas liberales.

Pero lo más interesante de las reflexiones de Juan Torres López está al final de su artículo, donde dice:

«La pregunta que cualquier persona se hará a la vista de lo que acabo de decir es por qué los economistas liberales defienden esta tesis, a pesar de ser tan contrarias a la realidad y al sentido común. Lo he explicado brevemente en otras ocasiones (por ejemplo aquí: Lo que hay detrás de la política liberal contra la inflación y con más detalle en mi último libro Economía para no dejarse engañar por los economistas. Así que ahora solo dejaré una pista: siempre que se aplican políticas económicas fundadas en esa creencia liberal equivocada da la casualidad de que quienes salen beneficiados son los grupos sociales de mayor renta y riqueza. Los errores en economía no solo tienen causas sino también propósitos.»

Es responsabilidad también de nuestros economistas honestos exponer a la luz pública los alcances y limitaciones de su saber y, sobre todo, analizar, refutar o tomar algo valioso si ello fuera el caso, de aquellos que se afanan por aplicar al destino económico de Cuba sus creencias convertidas en verdades ante las cuales debemos rendirnos sin examen.

Nota.

(*) Juan Torres López es Doctor en CC. Económicas y Empresariales desde 1981, dos años más tarde obtuvo la plaza de profesor Adjunto de Economía Política y Hacienda Pública en la Universidad de Granada. En octubre de 1984 se incorporó a la de Málaga como catedrático contratado, plaza que ocupó definitivamente como funcionario en diciembre de 1986 en el área de Economía Aplicada.

Desde octubre de 2008 es catedrático en la Universidad de Sevilla en el Departamento de Análisis Económico y Economía Política.

Durante toda su vida académica ha combinado la actividad docente e investigadora con la gestión de asuntos universitarios como Director de Departamento, Vicedecano, Decano de la Facultad de Derecho y Vicerrector de Ordenación Académica y Profesorado de la Universidad de Málaga. Ha ocupado también el cargo de Secretario General de Universidades e Investigación de la Junta de Andalucía.

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